¿El e‐mail caliente o la conversación “en frío”? Las respuestas parecen obvias; pero quién no ha sucumbido alguna vez a la tentación de los dulces o al exabrupto. Los científicos han encontrado una altísima correlación entre la capacidad de demorar la gratificación y la salud, tanto física como mental. La disciplina es una de las bases fundamentales de la felicidad y del éxito. Asimismo, las compañías que subordinan lo (que aparece como) urgente a lo importante generan rentabilidad, crecimiento y valor para los accionistas mucho mayores que las que se enfocan sólo en la coyuntura. Como explica Jim Collins en Good to Great, las compañías extraordinarias son las que tienen “gente disciplinada, pensamiento disciplinado y ejecución disciplinada”.
En el primer artículo de esta serie hablamos de cinco “virus” asesinos de la productividad. En éste nos ocuparemos del No 1: la miopía ética. El “infectado” (ya sea un individuo o una organización) actúa en aras del placer inmediato, aun sabiendo que sus acciones son contraproducentes en el largo plazo. Y lo llamamos “miopía ética” porque lo lleva a traicionar sus valores.
¿Por qué es tan difícil dejar de fumar o hacer una pausa reflexiva antes de responder a una crisis? ¿Por qué es tan tentador imponer nuestras ideas sobre otros sin siquiera escucharlos? Porque estamos programados biológicamente para enfocarnos en la demanda del momento, incluso a costa de dejar “fuera de foco” las consecuencias de largo plazo.
Por miles de años, la supervivencia del ser humano dependió de su reacción automática ante el peligro o la oportunidad. Esta capacidad se basa en un cortocircuito del sistema nervioso. En situaciones de intensidad emocional –al ver un camión que se nos viene encima, por ejemplo–, la parte del cerebro a cargo del pensamiento racional, la más lenta y deliberativa, queda “fuera de línea”. La parte más atávica, el cerebro instintivo, asume el control: guía al organismo hacia el placer, alejándolo del dolor. Este piloto automático es una espada de doble filo. En muchas
situaciones, lo que parece conveniente en el momento es, en realidad, mortífero. En La Odisea, Homero nos da un ejemplo de esta “atracción fatal”, y de cómo enfrentarla. Ulises se dispone a navegar cerca de la isla de las sirenas, famosas por su canto irresistible, que atrae a los navegantes hacia arrecifes donde se hunden con sus barcos. Para evitar el desastre, hace que los marineros sellen sus oídos con cera y les exige que lo aten al mástil e ignoren sus órdenes. Esta restricción le permite exponerse a la tentación sin hundirse en ella.
Los mares organizacionales están plagados de sirenas. Algunos de sus cantos dicen: “Si quieres hacer esta venta no le digas al cliente que la fecha de entrega prometida te resulta imposible de cumplir”, “Si quieres conseguir el préstamo no le digas al banco que uno de tus mayores clientes está por declararse en quiebra”, “Si alguien no apoya tus ideas, considéralo un enemigo y quítalo de tu camino”. Para muchos gerentes (y sus organizaciones), estos cantos son tan irresistibles como desastrosos.
Taparse los oídos no es posible; hacen falta todos los sentidos para navegar las turbulentas aguas del cambio permanente. ¿Cuál es el mástil al que uno puede atarse para mantenerse en la senda correcta cuando cantan las sirenas? La única seguridad duradera es el compromiso con valores trascendentes como la responsabilidad, la honestidad, el respeto, la integridad. Cuando no estamos enajenados, sabemos que estos valores son la clave de nuestro éxito, nuestra felicidad, nuestra autoestima. Sin un compromiso profundo con ellos —compromiso que parecerá “irracional” en el momento de la tentación—, personas, organizaciones, y hasta naciones, se hunden sin remedio.
Por ello es fundamental que los líderes de cualquier grupo se tomen el tiempo para “atarse al mástil” de la ética. Sólo encarnando estos valores puede un líder dar el ejemplo y guiar a su equipo a puerto seguro.